lunes, 11 de noviembre de 2013

Un niño contra la catástrofe natural más grande de Cuba


A más de 80 años de la catástrofe natural más grande de la historia de Cuba, el ciclón del 32, sobrevivientes como Miguel Ángel Xiques Villafaña demandan recuerdos, pensamientos... Y es que este hombre que hoy ostenta 94 años, con solo 14, siendo apenas un jovenzuelo, se enfrentó al suceso natural más trágico que ha sufrido Cuba en los últimos años. Fue un auténtico David ante un complicado Goliat.
A Miguel lo conocí gracias a un amigo, que además me hizo el favor de regalarme una foto de este señor. Hace un año de esa entrevista. No sé que es de su vida, seguro su hija continúa cuidándolo en el barrio La Cubana en Vertientes, Camagüey. No me perdono mi lejanía. Pero como por estos días se recuerda aquel evento acontecido un 9 de noviembre vale la pena rebuscar en el baúl de textos perdidos y redimirme.


Sus ojos son el reflejo de ese día. Ellos cuentan aquella trágica historia del 9 de noviembre de 1932; hablan del sufrimiento, del desespero; lloran la desgracia, la amargura; han perdido el brillo de la juventud. A sus 94 años Miguel Ángel Xiques Villafaña aún revive las imágenes de cuando su vida cambió por siempre.
Nadie olvida cuando el mar entró y se lo llevó todo. Ñanguito, como le dicen a Miguel Ángel, con 14 años se aferró a la vida, pero recuerda que aquel 9 de noviembre desapareció mucho más que un pueblo, perdió toda su familia.
Cuando muchacho mi vida fue muy dulce hasta los 14 años, después se convirtió en sufrimiento, amargura, dolor por causa de la desaparición de mi familia. Nada más quedé yo”, recuerda con lágrimas Miguel Ángel, uno de los sobrevivientes del paso del huracán del 32 por el municipio de Santa Cruz del Sur, Camagüey.
Mi padre y mi tío habían muerto continúa. Vivíamos solos mi mamá, mi tía, mi abuela y mis dos hermanas en una casa de dos pisos. Ese día nos levantamos temprano para ir a coger el tren porque el Padre Lobezna, desde el observatorio de Belén ya había anunciado el ciclón. Pero la gente acostumbrada a que nunca pasara nada en Santa Cruz se confió y Pepe Izquierdo, un vecino, convenció a mi madre de que nada ocurriría.
A eso de las ocho y media el viento estaba fuerte y el mar comenzó picarse. Me asomé y vi como a la pescadería y carnicería, que estaba enclavada en el mar, una ola la arrancó, la lanzó y se la llevó.
El agua subía, fuimos para el segundo piso y cuando ya no podíamos estar ahí los hombres rompieron el techo y salimos. Afuera la llovizna nos cegaba, los palos volaban, era un infierno. Aguantamos hasta que la casa empezó a desbaratarse lentamente y cada uno se regó. No vi a más nadie.
El mar me arrastraba y yo intentaba hundirme para dar pie. Entonces encontré un tubo del que me aguanté hasta que de la casa que quedó en pie me vieron y del segundo piso me lanzaron unas sábanas amarradas para sacarme”, concluye.
La oscuridad de la soledad
Descalzo, sin comida, semidesnudo y con una astilla de madera alojada en la espalda contra el omóplato derecho deambuló Miguel Ángel, durante varios días, en busca de su familia. Pero no los encontró.
Una señora, vecina del barrio, le dio los primeros auxilios pasado unos días. Miguel estaba completamente agotado y con la herida infestada. Lo trasladan para Camagüey y le operan.
A partir de ese momento comienza una nueva vida para él: se inicia en una granja escuela, busca trabajo, se independiza, crea su familia y forma un nuevo hogar.
Las víctimas, según los periódicos un año después de la tragedia, rondaban los 3 033, una de las razones de que sea conocido este ciclón como la catástrofe natural más grande de la historia de Cuba.
Miguel Ángel ha sobrevivido otros ciclones como el Flora, el Paloma, Sandy, porque en estos tiempos existe preparación ante eventos de este tipo. Nunca más ha sufrido momentos tan trágicos como los de aquella mañana de desolación en noviembre de 1932.

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