Embriaguez sin permiso alguno

Aunque les aburra a muchos la Ciénaga caló hondo en mis neuronas que teclean a prisa cada historia guardada de aquel viaje. Cada imagen, animal y persona que conocí amerita una línea. Hubo una que jamás olvidaré.

Y es que allá, bien lejos allá, donde nadie cree que viva o existan humanos y la naturaleza se adueña del paisaje, vive un hombre. Allá en el parque de reserva nacional La Salina en la Ciénaga de Zapata, en Matanzas, un hombre se alejó de la civilización y vive en compañía de la naturaleza.

No sé su nombre. No escuché su voz, pues la maravilla del entorno me sedujo y obvié el mundo a mí alrededor. Mi olfato periodístico se perdió entre tanta belleza natural y pasé por su lado como si le conociera desde hace tiempo.

Pero aún así, su mirada escudriñadora me llamó la atención, no tiene el brillo de la juventud y los surcos que le ha dejado el paso del tiempo, el sol… la preocupación de cuidar un lugar tan especial me sugieren un poema. Es una pena que no yo no lo pueda escribir, no me sale, o mejor dicho, me da pena.

Aunque más vergüenza me dio que 32 jóvenes blogueros de toda Cuba interrumpiéramos su día sin pedir permiso. Llegamos lo más callados que podíamos, a petición de las autoridades, pero el paisaje, el fango, los patos y las vistas nos alborotaban.

Que si el agua, que si la iguana, único reptil encontrado por estos exploradores, que si el paisaje en su conjunto, que si los botes en moneda nacional y los de divisa, las fotos, las poses, los nuevos conocidos, el recuerdo, el pasado, el presente y el futuro… todo nos embriagaba y cegaba. Esa era la Ciénaga que esperábamos, sin mucha modernidad y ausencia de gente.

Pero no obstante ahí, en medio de la nada, había un hombre. Cómo se llamaba, qué hacía, cómo es, son interrogantes que quedan para otros exploradores de la blogosfera que decidan conocer a su Cuba, la deuda está pactada.