5 de marzo del 2013. Son las 4 y 25 de
la tarde y un hombre ha muerto. Nunca he sabido decir algo cuando
esto sucede. De mi boca no brota la frase “mi más sentido pésame”.
Me suena frío, distante, lejano de lo que se debe mostrar en ese
momento. Pero se ha muerto un hombre único, especial. Ha muerto
Chávez, y yo debo decir algo; siento que debo decir algo.
Escribir sobre esto no te lo enseñan
en la escuela; es que no te preparan para desnudar el alma cuando
sufre y solo quiere estar a solas, y aún así decir lo justo. Una
crónica de su muerte me es imposible, las palabras son pocas para
describir a tan gran hombre como fue Hugo Rafael Chávez Frías.
Me duele saber que sus padres aún
están ahí y le vieron partir. ¡Eso no es justo! Sus hijos siguen
ahí, en la misma casa, con la misma gente, pero sin su padre. ¡Eso
no es justo! Venezuela sigue ahí, pero sin su presidente. ¡Eso
tampoco es justo!
Chávez, fue un hombre de toda la
América, un padre de todos, un hijo, un defensor, un
revolucionario... un hombre diferente. Ha muerto. Dicen. No sé, creo
que aún vive.¿Realmente ha muerto Chávez? Me pregunto. Y nadie me responde lo que quiero oir.
Prefiero creer que aún vive. Solo sé que no está
físicamente y me hizo llorar otra vez, a mí y al mundo. Pero todos
esperan que, cómo dicen, quien muere por la vida no está
realmente muerto.
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