Desde
que el locutor anunció el enlace a Venezuela, el pasado sábado en
la noche, me imaginaba lo que sucedería. Sus ojos lo confirmaban,
sus compañeros de mil batallas, sin percatarse, lo anunciaban: otra
vez el cáncer invadía la vida de un hombre singular.
Sus
palabras sonaban a esperanza, con cierta dosis de tristeza, pero eso
sí, alentadoras y dirigidas para ese mar de pueblo que le sigue.
Chávez
no mostraba su dolor, más bien cantaba, sonreía, arengaba a la
unidad, mostraba el camino a seguir si él no sobrevivía. Pero lo
hizo. Ya fue operado y hasta ahora todo está bien. Se recupera poco
a poco y su gente desde las calles, desde su casa, desde Cuba, desde el mundo, detrás de la
computadora, del celular, hasta en el pensamiento lo cuidan y piden por su
salud.
Chávez
me hizo llorar aquella noche, no solo por la nefasta noticia, sino
también por ser tan único, tan tenaz, tan fuerte ante una
enfermedad que doblega a cualquier hombre, menos a él.
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