Él llegó. Ella corrió a su encuentro, casi tropieza en el intento, pero aún así él no tuvo que sacar la llave para abrir la puerta, ella lo hizo por él. No se miraron. No hablaron.
Ella le quitó los zapatos. Él dejó tirada la ropa en la sala. Tosió y ella le indicó con gestos apenas perceptibles que el agua ya estaba en el baño. Mientras él bañaba su cuerpo, ella alistaba la mesa.
Se sentaron juntos. No hablaron. No se miraron. Cuando terminaron, él corrió a su rincón delante de la ventana, ella limpió todo y se aisló debajo de la escalera, su espacio favorito.
- Ven a dormir - gruñó. Fue lo último que dijo. En los ojos de ella un leve brillo se cruzó con la coherencia. Tomó el cuchillo, su preferido para cortar el pollo, y mientras comenzaban los ronquidos de él, ella, sin pestañear, lo abrió en dos.
Todos se preguntan el porqué de su reacción. Algunos creen que se volvió loca, otros que estaba cansada de tanto silencio y soledad. Pero solo se sabe con certeza que cuando se la llevaban a la prisión reía a carcajadas, hablaba mucho con todos porque por fin era libre para hablar sin permiso.
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