“¿Ser
historiador? ¡Que va, eso lleva mucha memoria!”. Así exclaman
muchos cuando de escoger profesiones se trata. Las razones son
disímiles y se erigen sobre la simple base del desconocimiento de su
importancia. ¿Acaso nadie ha explicado que la Historia nos
permitiría conocernos, o que es la encargada de apuntalar los
puentes de conocimientos entre el pasado y el futuro forjando,
además, las acciones del presente con el recuerdo de los hechos?
Al
parecer, durante el camino se han perdido intensiones. Y los
historiadores han dejado de ser los apasionados del pasado, pero, por
suerte, aún existen buenos ejemplos como el doctor Eduardo Torres
Cuevas, Premio Nacional de Historia, quien es de los convencidos que
consideran a esta materia, digan lo que digan, como a la que “permite
saber quién eres, de dónde vienes y adónde vas.
“Yo
la diferencio mucho de la memoria, que es eso que conociste, porque
la Historia es lo que pasó y está en documentos o se perdió, pero
nos acerca a una compresión de los procesos por los cuales los
pueblos pasan. Es la acumulación, la materia sobre la cual se
elabora el conocimiento y de él se hace memoria, la cual no puedes
perder porque así no eres nada, eres objeto de cualquier bandazo”.
¿Esas
interrogantes fueron las culpables de que usted se adentrara en este
mundo?
“Ante
todo fue por un amor que nació desde niño. En la primaria comencé
a sentir una pasión por la Historia
y después en el bachillerato tuve la extraordinaria suerte de contar
con Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo como profesores. Además,
tenía una familia que la amaba mucho y pude tener libros. Pero el
deseo nació primero con los sentimientos, luego como una exigencia,
después como una responsabilidad y por último como un deber.
“Pero
reafirmo que si en realidad queremos saber para dónde ir, nuestros
errores, aciertos o la sociedad que queremos construir no podemos
hacerla de la nada, ni inventarla, ni que caiga del aire, ni que
alguien venga y nos traiga la explicación de quiénes somos.
Estamos obligados a conocernos porque ese es el sentido real de
porqué es necesaria en cualquier presente, es lo que llaman en
lenguaje escrito el presente histórico”.
¿Qué
papel jugaría entonces el historiador
dentro de esa ecuación?
“Puede
ser una especie de anticuario, que habla de cosas antiguas, pero que
no tienen un efecto en el presente; puede también tomar el
anecdotario y hacerse un contador de cuentos muy interesantes y muy
entretenidos, pero que no arrojan nada nuevo,
o intentar entender procesos que te explican cómo llegaste aquí.
“Tiene
ante todo una gran responsabilidad y su oficio hoy es hacer entender
el presente, para comprender la sociedad y salvar su unidad, para
saber qué cosa es cubano, que no es solo un toque de tambor, es
también Lecuona, la música bailable... y todo fluye por la
necesidad que se sintió siempre de entendernos y de expresarnos
porque la búsqueda de esa expresión, de lo común, es esencial para
poder incidir en la sociedad que se forma”.
Pero
los tiempos son otros, ¿no necesitarían esos nuevos historiadores
algo diferente en su formación?
“Cada
época tiene sus características. En mi experiencia ahora es similar
a cuando yo estudiaba: vas a encontrar gente brillante o mediocre,
otros impulsados por las circunstancias y que no les interesa mucho,
pero cuando miras las generaciones unos tienen obras y otros no.
“Según
mi opinión esta va a formar los mejores porque han tenido que
enfrentar una realidad más complicada que la que ningún otro
historiador se ha planteado, sobre todo la más reciente y viven en
un momento en el que el futuro no es tan seguro como lo vieron otros,
en otras épocas; por lo tanto tienen un reto mayor y ese reto les
hace una exigencia mayor. Los
muchachos se están haciendo preguntas y a pesar de que hemos bajado
niveles culturales, las interrogantes son mayores y las búsquedas
las están haciendo con la misma fuerza”.
O
sea, se están arriesgando más. ¿Tomar riesgos forma parte de la
profesión de historiar?
“Hace
algunos años dije que yo he caminado siempre sobre el filo del
cuchillo y me gusta. No me agrada la pasividad tranquila de una
oficina. El mundo avanza corriendo peligro, y creo que el mayor
placer de la Historia es cuando se camina sobre el filo del
cuchillo”.
¿Y
la filosofía, ayuda a la profesión?
“Tengo
doble formación y me gusta porque cuando dices que vas a discutir
conceptos, si no lo haces desde la filosofía te puedes quedar en el
achatamiento. Para mí fue un privilegio poder trabajar en ambos
lados, aunque mis trabajos tienden más a la historia del pensamiento
que a la factual, aunque lo he hecho también porque sin una no puede
existir la otra”.
Me
decía que su amor por esta profesión comenzó en la primaria, ¿en
estos tiempos cree que deba cambiar la metodología de la enseñanza
de la historia para que otros niños puedan también enamorarse de
ella y escogerla como una carrera?
“Creo
que equivocamos caminos. Soy historiador por la primaria, por lo
maestros porque discutíamos fervientemente, porque la Historia en
la primaria es sentimiento y no puede entrar con categorías
complicadas ni esquemas. Además, el profesor, como decía Karl Marx,
también debe ser educado, formado y en este caso te diría que uno
de los problemas con el cual debemos trabajar mucho es que el maestro
tenga la cultura mínima.
“No
se trata de leer un libro de texto y repetir lo que dice, sino
enriquecer el contenido y llevarla al corazón del muchacho porque es
ahí donde asientas el amor patriótico, el amor por tu comunidad, y
el poder identificar los grandes valores. Ellos entienden cuando les
ponen las cosas en términos reales, cuando se identifican con él
porque guarda relación con su madre, con los sentimientos paternos y
con la familia.
“Estamos
obligados a hacer grandes cambios, y profundos, y no es solo del
libro formal sino también en la formación del maestro de primaria.
Hay que rescatar el espíritu porque nada se repite, los tiempos son
otros, pero salvar toda nuestra Historia
y la nación solo se hace de corazón y con el placer de dar
clases”.
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