miércoles, 24 de julio de 2013
Ñoooo... que primera vez
Este post se me perdió en el reguero digital que me acompaña. Ya hace más de un mes que sucedió y muchos me dirán que para qué lo pongo, que para qué hablar de algo que ya es pasado. Bueno, en mi defensa explico que es una experiencia que deseo compartir y que, por el paso del tiempo, ya nos van quedando menos pocas primeras veces. Que puedo hacer, quiero contar como fue es primera vez. Así que ahí les va.
El primer escalón del ascenso al Pico Turquino fue puro embullo y como era la primera vez no había burbujas. El segundo tenía cierta dosis de disposición; el tercero, pasión, el cuarto; el quinto…. el 20 ya me caía mal; en el 21 las piernas y el calor comenzaban a molestar.
Los amigos, por suerte, siempre están y me alentaban. No debía ceder, yo quería hacerlo. Si otros puedieron porqué yo no iba a hacerlo. “El dolor está en tu mente”, recordaba yo en medio de aquel bosque la frase de un tío mío, tal como en las clásicas películas de patá y piñazo, en las que el héroe se alienta con el recuerdo. Llegó el 30 y yo podía, o por lo menos le decía eso al cerebro.
Pero que va, solo había recorrido tres y muy mal contados kilómetros a mi entender, y ya yo no podía. Mi estómago quería salirse y fundirse con la tierra. Los árboles me daban vuelta si me descuidaba un rato. Menos mal que allá arriba un guajiro tiene una casa y pude descansar, o por lo menos hacer como que descansaba.
Pero en seguida comenzó otra vez el ascenso. Un escalón, otro escalón. Ya perdía la cuenta y en eso una nube me refrescaba, un olor indescifrable me embriagaba y yo me sentaba. Volvía a la carga. Un poco de agua corría por la garganta y me ayudaba a seguir otros metros.
El mar estaba muy lejos, pero sentía el eco de su paso, las montañas se alzaban y todo era verde, verde... Otro buche de agua, una piedra… y cuando mejor estaba: “dale Gretel que tú puedes”, me decía María.
Me levantaba por inercia y allí un cartel insignificante te decía que solo estabas en el kilómetro 4. ¡Cómo! gritaba yo y Yuri a alentarme, que no me preocupara que los otros eran más fáciles.
Y en eso llegaron los helechos, el camino de las mariposas, y yo que del suelo lo veía todo mejor, me sentaba mientras mi cómplice Leo intentaba fotografiar un paisaje que le sabía a… nada bueno.
¿Falta mucho para el Pico Cuba? Preguntaba cada 5 minutos y claro me engañaban y me decían que no. Otro cartel, no lo miro que importa si total son una pila. Yo solo me dejo guiar y disfrutar mientras pueda de lo que veo.
Llego a algo llamado caldero o algo parecido, no sé, solo recuerdo que ahí justito está el Cuba. ¡Sí! Ya casi, me digo. Otro descanso. Ya veo la puntita, estoy más cerca, esbozo una media sonrisa para las cámaras y para que no digan que yo era la más destruida.
Con ánimo, inicio otra vez esa escalada y ahí me pregunto como los del Ejército Rebelde lo pudieron hacer, como Celia subió a Martí hasta allá arriba; tantos cómo brotan de mi cabeza. Ya falta poco: solo unas bajadas, subidas y precipicios más.
El grupo de avanzada, los primeros que llegaron, ya viran. Y eso me debilita, pero por suerte son todos amigos y me alientan. Sigo, ya casi y ahí el claro, la cima… uno, dos, tres ¡LLEGUÉ!
El suelo me recibió con mucho ánimo y yo me aferré a él. Comía sin mucho ánimo, pero debía ganar fuerzas porque el descanso era de poco más de media hora, de madre. Ahora quería compartir la alegría: mi madre no podía sentir los timbrazos que daba al teléfono de casa con el de mi amiga Lisy, pues no habían minutos, a Carmen le dejé el mensaje por terceros, mis piernas no me apoyaban mucho. Solo uno de mis VIP sintió mis alegrías a pesar de la mala señal.
Y ¿pa’ bajo? Pues sí, con el mismo embullo del principio pa’ bajo, por suerte todo fue más fácil. Ya termina todo. Unas gotas del cielo nos despiden y yo, aún a pesar de la facilidad, las recibo desde el suelo.
Llego al principio del viaje y me doy cuenta que fue necesario probar mis pies más allá de lo que me permitían, ahora soy otra, he vivido una nueva experiencia y a pesar de algunos traumas musculares, deseo que todas mis primeras veces sean así: rodeada de familia.
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Ay Gretel, cómo te entiendo. Un abrazo inmenso
ResponderEliminarOtro abrazo para tí.
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