Los olores son los culpables de mis recuerdos. Ellos me transportan a la juventud, a las primeras veces, a la familia, al hogar. Se apoderan de mi y no me dejan pensar, solo sueño y recuerdo.
Uno de esos que aún me transforman es el de la lluvia. Desde niña le digo el mismo nombre. Para mi era algo simple, rico, que me recuerda a la tranquilidad del hogar, a mi mamá. Yo le decía, simplemente: olor a tierra mojá.
Así, sin rimbombancias científicas ni lingüísticas. Era el calificativo más claro que encontraba para algo sencillo y común.
Ahora, según datos de Correo del Orinoco, ese efecto tiene un nombre: el petricor. ¡Qué cosa más fea!
Dicen que es el nombre que recibe el olor de la lluvia en suelos secos. El término [original Petrichor] fue acuñado en 1964 por los
investigadores australianos I. J. Bear y R. G. Thomas en un artículo
para Nature y explican que procede de aceites
segregados por algunas plantas, que durante períodos secos impregnan el
suelo rocoso y son absorbidos por suelos arcillosos.
Llueve y el aceite se libera en el aire junto con otros compuestos como la
geosmina, una sustancia producida por bacterias y cianobacterias que se
halla en el suelo y que es perceptible típicamente cuando la tierra se
humedece.
Menos mal que no se ha podido sintetizar porque a la verdad que no me imagino caminando por la calle con un perfume que huela así. Además, si hubiera mucho cuando lloviera se perdería la gracia, ya no soñaría igual, ya no me agolparían lso recuerdos y todo sería más llano.
Hay misterios que bien vale la pena que sigan así, en el misterio, que no se sepa como se llega a ellos para que me asombren otra vez.
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