Ayer me levanté con deseos de abrazarte o de que me abrazaras, que no es lo mismo aunque terminemos en igual postura.
Ideé cada paso a tomar: una opción me llevaría a esperar a que tomaras la iniciativa y yo adentrarme entre tus brazos con tal naturalidad que no notarías mis enormes deseos; la otra opción implicaba superar la barrera de la decisión ante la vida y me obligaría a dar el primer paso y pedírtelo como si nada, solo debía decir dame un abrazo, y aderezarlo con unos ojos como del gato de Sherk.
Pero la rutina del día, nos alejó, mi manía de hacerlo todo en el mismo momento me hizo acobardarme y no pedírtelo, se acabó el día y con ellas mis deseos atardecieron.
Pero hoy volví a amanecer con la misma frase retumbándome en la cabeza: dame un abrazo, dame uno, dámelo. Así que no perderé mi tiempo y te digo en voz alta: DAME UN ABRAZO
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