Así se llama mi nueva sobrina. No
tenemos el mismo ADN, ni compartimos el mismo tipo de sangre, ni
color de piel ni nada que diga que somos familias de sangre, pero,
desde antes de su nacimiento, ya lo éramos.
Su mamá es como una hermana para mí.
Es de esas amigas que llegan, te invaden la casa, tus cosas, pero le
coges cariño del bueno y fuerte que dura mucho. Entonces cómo no
voy a querer a su niña, me mataban de antemano. Por eso cuando fui a
conocerla ya mi corazón estaba abierto para ella, para esa bebé con
apenas unos 45 días de nacida que ya le robó el corazón a medio
Vertientes, Camagüey, Habana… a medio Cuba.
Llegué sin el polvo del camino porque
en un viaje en Yutong de madrugada y con el frío más fuerte del mes
dudo mucho que esa partícula se adhiriera a mí. Gracias al trabajo
pude sobrepasar los más de 500 kilómetros que la circunstancias, la
necesidad de avanzar y una de las frases más certeras que escuchado:
La Habana es La Habana y lo demás es área verde, han querido
interponer entre nosotras. Por suerte vivimos en pleno siglo XXI y
las distancias se acortan, aunque todavía mellan en el alma.
Llegué. ¡Que suerte la mía! Fue
amor a primera vista. Ella se hacía la dormida y cuando sintió los
besos y abrazos de mi llegada anunció que ya no dormía. Me le
arrimé y me miró. Se quedó callada observándome muy atenta. Me le
acerqué aún más y me permitió tocarla. Fue de película, un
flechazo único. Más tarde éramos una sola. Si se sentía mal y yo
la cargaba se tranquilizaba. Si tenía sueño se dormía en mis
brazos. Según Delis, su mamá, ya yo era la Nana oficial y la
tranquilizadora de bebés número uno.
Alexa supo revolver sentimientos que
desconocía, que vivían en lo profundo de mi alma y no había
sentido. Fue algo único, especial, a lo mejor es lo que muchos
llaman maternal, no lo sé, solo sentí su fortaleza.
Tuve que regresar a casa, los viajes
duran menos de lo esperado y el deber llama. ¿Quién sabe cuándo
volveré a ver a mi sobrina Alexa?
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