¿Escribir o no escribir? Ese ha sido mi dilema por varios meses, varios días, varias horas y hasta segundos. Antes no lo pensaba mucho: me sentaba, dejaba mis manos jugar con las teclas y luego, un rato después, le metía las neuronas a aquel cúmulo de ideas sueltas que salían al final salían así sin muchos cambios porque las manos sabían lo que hacían.
Pero algo pasó. Y me detuve, y paré de escribir y lo que sentía me lo guardé.
Aún no se si fue que alguien intentó moldearme las formas vulgares de decir lo que pienso, o si le hice caso a eso de autocensurarme por momentos o si al final yo misma maduré de una forma extraña y me dio por callar mis manos.
Si porque al final eran ellas las que decían lo que mi boca no, las que escribían cada sensación que me agolpaba y las que mandaban.
Pero lo cierto es que he dejado de escribir. Y quiero decir. Ahora he vuelto a cambiar y aunque este dilema sea de los duros, de los que te hacen titubear y flaquear, encontraré otra manera de "escribir". Eso me lo juro y te lo juro, mi nuevo dilema es "decir o cómo decir".
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