¿Escribir o no escribir? Ese ha sido mi dilema por varios meses, varios días, varias horas y hasta segundos. Antes no lo pensaba mucho: me sentaba, dejaba mis manos jugar con las teclas y luego, un rato después, le metía las neuronas a aquel cúmulo de ideas sueltas que salían al final salían así sin muchos cambios porque las manos sabían lo que hacían.